“Estamos en un punto de regresión”. Con esta frase ilustra Gita Gopinath, subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, el estado de la globalización en una reciente tribuna en Foreign Policy en la que enfatiza la fragmentación en la que está sumido el libre comercio por las barreras arancelarias erigidas por un número cada vez más nutrido de países que han puesto en liza, para su sostén, iniciativas de claro corte proteccionista.   

Para Gopinath, lo más irónico de esta rebelión contra la libertad de tránsito de las mercancías y de los capitales es que se está propagando “en nombre de las alianzas comerciales entre países amigos (friendshoring), la necesaria distensión de riesgos (de-risking) y la obligada restauración de las garantías de abastecimiento (self-reliance). Es decir, implorando el principio de seguridad nacional y la urgencia por construir diques de resiliencia activa con los que aplicar dinamismo a las economías y a las cadenas de valor empresariales.  

Balanza de costes-beneficios 

Aunque alguna de las naciones que han restaurado el nacionalismo comercial podrían asegurarse una repatriación de beneficios en el corto plazo, si esta tentación proteccionista sigue su curso, los costes asociados a su instauración superarían con creces a sus cuotas de retorno en términos de paz, seguridad y prosperidad. De ahí que Gopinath alerte a las autoridades políticas de que no minimicen los daños colaterales de una fragmentación de la globalización ni maximicen sus apelaciones a la soberanía nacional o a los efectos sobre la resistencia productiva de sus agentes económicos. Porque -advierte- “podrían descender a un escenario mucho más catastrófico” sin libertad de mercados.      

Rastros proteccionistas 

“No es la primera vez que las tensiones geopolíticas han obstruido el comercio global y el flujo de capitales”, recuerda. El sistema bipolar que nació de la Segunda Guerra Mundial debería dar algunas pautas del peligroso desequilibrio que surge de diferencias ideológicas entre potencias. Y las cuatro décadas de Guerra Fría redujeron los intercambios de mercancías entre bloques por debajo del 5% del comercio internacional. Pero después de 35 de liberalización mercantil, de un intenso proceso de globalización, en los últimos cinco años, las amenazas proteccionistas han vuelto con la misma intensidad con la que han emergido los riesgos geopolíticos. Con subidas de tarifas sobre el aluminio, el acero o sobre las exportaciones de minerales críticos o productos agrícolas y vetos indirectos sobre las fábricas de chips o sobre materiales y servicios de innovación tecnológica. Alrededor de 3.000 medidas de restricción transfronterizas se instauraron en 2023, casi tres veces las impuestas en 2019.  

Interdependencia de mercados   

Aun así, todavía subyace un alto grado de cooperación económica entre países. El intercambio global de mercancías representa en la actualidad el 60% del PIB mundial, lejos del 24% del final de la Guerra Fría. En un contexto de ecosistemas integrados, cadenas de valor internacionales y una mayor complejidad en los vínculos comerciales que encarecen substancialmente los costes de decoupling. La consultora McKinsey precisa que la globalización puede estar herida, pero que su puñalada por la espalda no tiene por qué suponer su defunción. Los expertos de su think-tank, el McKinsey Global Institute (MGI), se decantan, al menos por el momento, por señalar que tan solo se está acomodando al nuevo orden global. Tras resistir a las embestidas del credit crunch de 2008, al proteccionismo previo a la Gran Pandemia, con la guerra arancelaria desatada por la Administración Trump hacia China y varios de sus aliados y a las resiliencias que han emergido en el convulso ciclo de negocios post-Covid. 

Los pilares de la globalización  

Hasta siete impulsos transformadores dentro del proceso de globalización detectan sus analistas que dejan traslucir un futuro con más luces que sombras en el horizonte. En primer término, las interconexiones de las que habla Gopinath que tanto las multinacionales como las empresas con vocación exterior han reforzado con “habilidad para superar cuellos de botellas logísticos y sacar a flote diversificaciones productivas sin descuidar sus planificaciones de inversión”; aumentando su capital tecnológico y configurando sofisticados ecosistemas de negocios. En segundo lugar, las empresas han avanzado en la unificación del desafío de la sostenibilidad y  la digitalización, de forma que están mimetizando la Inteligencia Artificial (IA) y el Big Data con el reto de registrar unas emisiones netas cero en 2050, lo que ha propiciado una reconversión corporativa que elevará entre el 16% y el 26% las exportaciones y entre 2,9 y 4,6 billones de dólares el PIB global hasta el ecuador del siglo. 

Dentro de un nuevo orden mundial, multipolar, pero sometido a realineaciones regionales y de corte ideológico que podría encerrar cambios bruscos en entes multilaterales y en la hegemonía geopolítica, económica y monetaria, así como virajes regulatorios y de supervisión, y en las que son de esperar “acciones concertadas que encarrilen la prosperidad”. Con reconfiguraciones de las cadenas de valor por fenómenos climatológicos extremos, lo que obligará a “un reajuste del capital transfronterizo”, en las que también jugará un papel protagonista “el negocio del dato” y en las que “se resetearán” los modelos productivos y las rutas logísticas y marítimas. Sin que se atisben -enfatizan- alteraciones ni en los mercados de bonos, ni en los de acciones ni en los mecanismos de pago de las obligaciones de deuda.   

Dinámicas de quiebra 

La ex economista jefe del FMI comparte este discurso. “Si por desglobalización se entiende algún tipo de receso en el comercio global en relación a la producción del planeta, su proceso no está en cuestión”, porque esta proporción ha fluctuado entre el 55% y el 60% desde 2011. En su opinión, hay demasiado signos de ruptura. Desde el estancamiento económico y comercial tras el primer bienio post-pandemia, hasta la ralentización de los intercambios entre bloques de aliados de Estados Unidos y de China, que se están reconstruyendo; en especial, en sectores que se consideran estratégicos -entre ellos, los semiconductores, minerales metálicos o los servicios tecnológicos- y vinculados a la neutralidad energética. También se ha producido un aminoramiento del capital extranjero desde el estallido de la guerra en Ucrania y, desde años precedentes, entre las dos superpotencias. China ha dejado de ser el principal importador de la Casa Blanca -un estatus de privilegio que ha pasado primero a Canadá y luego a México- y sus ventas han pasado del 22% del total en 2018 al 13% en 2023.  

Cambio de cromos  

En este contexto, países como Vietnam, en el orden comercial, y Emiratos Árabes Unidos (EAU), en el inversor, han ganado peso internacional. Mientras potencias industrializadas y mercados emergentes compiten abiertamente por relocalizar y subvencionar sus industrias y naciones del calibre de Reino Unido “todavía sigue sin digerir el Brexit” y su pérdida de vínculos en el mercado interior. “Las restricciones al comercio reducirán las ganancias empresariales y la especialización productiva, limitarán las economías de escala y disminuirán la competitividad”.     

En opinión de Gonipath, un desacoplamiento en dos bloques, basado en el voto de la resolución de Naciones Unidas sobre Ucrania de 2022, suprimirá 2,5 puntos al PIB global con una corrección de hasta 7 puntos si el resquebrajamiento es abrupto, y los flujos de capital a largo plazo dejarían pérdidas equivalentes al 2% del tamaño de la economía mundial. Con “retrocesos de inversión inmensos y neurálgicos para la carrera de la IA y la lucha contra el cambio climático”.

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